Translate

domingo, 3 de noviembre de 2013

Antología de la poesía mexicana

Antología de la poesía mexicana



Del siglo XVI al siglo XVIII

 Francisco de Terrazas

Soneto


   Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.
   Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada,
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.
   La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial Maestro,
volvédselo a la angélica natura;
   y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.


Miguel de Guevara

Sonetos

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.



Tú me mueves, Señor: muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muéveme tus afrentas y tu muerte.



Muéveme en fin tu amor, de tal manera

que aunque no hubiera cielo yo te amara

y aunque no hubiera infierno te temiera.



No me tienes que dar porque te quiera,

porque aunque lo que espero no esperara

lo mismo que te quiero te quisiera.



Luis de Sandoval y Zapata

A un pajarillo

En tu fuga tus plumas no desveles,

porque cuando las bates vas soplando

en la hoguera, la muerte y el

estruendo.

íAh desdichado pájaro, no vueles,

que son peligros que te van quemando

las mismas alas con que vas huyendo!

LA INDEPENDENCIA

Manuel Carpio

Al río de Cosamaloapan

Arrebatado y caudaloso río
que riegas de mi pueblo las praderas,
¡quién pudiera llorar en tus riberas
en la redonda luna al rayo frío!

De noche en mi agitado desvarío
me parece estar viendo tus palmeras,
tus naranjos en flor y enredaderas,
y tus lirios cubiertos de rocío.

¡Quién le diera tan sólo una mirada
a la dulce y modesta casa mía,
donde nací, como ave en la enramada!

Pero tus olas ruedan en el día
sobre las ruinas, ¡ay!, de esa morada,
donde feliz en mi niñez vivía.



Ignacio Ramírez
El amor

"¿Por qué, Amor, cuando espiro desarmado,
de mi te burlas? Llévate esa hermosa doncella,
tan ardiente y tan graciosa
que por mi osburo asilo has asomado.

El tiempo más feliz,
yo supe osado extender mi palabra artificiosa
como una red, y en ella, temblorosa,
más de una de tus aves he cazado.

Hoy de mí los rivales hacen juego,
cobardes atacándome en gavilla y libre yo,
mi presa al aire entrego.
A inerme león el asno humilla: vuélveme,
Amor, mi juventud;
y luego tú mismo a mis rivales acaudilla”.



Fernando Calderón

A una rosa marchita

¿Eres tú, triste rosa,
la que ayer difundía
balsámica ambrosía,
y tu altiva cabeza levantando
eras la reina de la selva umbría?
¿Por qué tan pronto, dime,
hoy triste y desolada
te encuentras de tus galas despojada?


Ayer viento suave
te halagó cariñoso,
ayer alegre el ave
su cántico armonioso
ejercitaba, sobre ti posando;

Tú, rosa, le inspirabas,

Y a cantar sus amores le excitabas…

Tal vez el fatigado peregrino
al pasar junto a ti quiso cortarte:
tal vez quiso llevarte
algún amante a su ardoroso seno;
pero al ver tu hermosura,
la compasión sintieron,
y su atrevida mano detuvieron.
.
Hoy nadie te respeta;
el furioso aquilón te ha despojado;
ya nada te ha quedado,
de tu pasado brillo y tus colores

¡oh reina de la flores!
.
La fiel imagen eres
de mi triste fortuna:
¡ay, todos mis placeres,
todas mis esperanzas, una a una
arrancándome ha ido
un destino funesto, cual tus hojas
arrancó el huracán embravecido!
.¿Y qué, ya triste y sola
no habrá quien te dirija una mirada?
¿Estarás condenada
a eterna soledad y amargo lloro?
No; que existe un mortal sobre la tierra,
un joven infeliz, desesperado,
a quien horrible suerte ha condenado
a perpetuo gemir: ven, pues, ¡oh rosa!,
ven a mi amante seno, en él reposa,
y ojalá de mis besos la pureza
resucitar pudiera tu belleza.
.
Ven, ven, ¡oh triste rosa!
Si es mi suerte a la tuya semejante,
burlemos su porfía;
ven, todas mis caricias serán tuyas,
y tu última fragancia será mía.




Juan de Dios Peza

César en casa

Juan, aquel militar de tres abriles,
que con gorra y fusil sueña en ser hombre,
y que ha sido en sus guerras infantiles
un glorioso heredero de mi nombre;

ayer, por tregua al belicoso juego,
dejando en un rincón la espada quieta,
tomó por voluntad, no a sangre y fuego,
mi mesa de escribir y mi gaveta.

Allí guardo un laurel, y viene al caso
repetir lo que saben mis testigos:
esa corona de oropel y raso
la debo, no a la gloria, a mis amigos.

Con sus manos pequeñas y traviesas,
desató el niño, de la verde guía,
el lazo tricolor en que hay impresas
frases que él no descifra todavía.

Con la atención de un ser que se emociona
miró las hojas con extraño gesto,
y poniendo en mis manos la corona,
me preguntó con intención: -«¿Qué es esto?»

-«Esto es -repuse- el lauro que promete
la gloria al genio que en su luz inunda...
-«¿Y por qué lo tienes?»

  -Por juguete,
le respondió mi convicción profunda.

Viendo la forma oval, pronto el objeto
descubre el niño, de la noble gala;
se la ciñe, faltándome al respeto
y hecho un héroe se aleja por la sala.

¡Qué hermosa dualidad! Gloria y cariño
con su inocente acción enlazó ufano,
pues con el lauro semejaba el niño
un diminuto emperador romano.

hasta creí que de su faz severa
irradiaban celestes resplandores,
y que anhelaba en su imperial litera
ir al Circo a buscar los gladiadores.

Con su nuevo disfraz quedé asombrado
(no extrañéis en un padre estos asombros),
y corrí por un trapo colorado
que puse y extendí sobre sus hombros.

Mirélo así con cándido embeleso,
me transformé en su esclavo humilde y rudo,
y -«¡Ave César!- le dije, dame un beso,
¡yo que muero de penas, te saludo!»

-«¿César?»- me preguntó lleno de susto
y yo sintiendo que su amor me abrasa,
-«¡César!» -le respondí- «César Augusto
de mi honor, de mi honra y de mi casa»

Quitéle el manto, le volví la espada,
recogí mi corona de poeta,
y la guardé, deshecha y empolvada,
en el fondo sin luz de mi gaveta.

Manuel José Othon

La campana

¿Qué te dice mi voz a la primera
luz auroral? “La muerte está vencida,
ya en todo se oye palpitar la vida,
ya el surco abierto la simiente espera”.

Y de la tarde en la hora postrimera:
“Descansa ya. La lumbre está encendida
en el hogar…” Y siempre te convida
mi acento a la oración en donde quiera.

Convoco a la plegaria a los vivientes,
plaño a los muertos con el triste y hondo
son de sollozo en que mi duelo explayo.

Y, al tremendo tronar de los torrentes
en pavorosa tempestad, respondo
con férrea voz que despedaza el rayo.


El perro
No temas, mi señor: estoy alerta       
mientras tú de la tierra te desligas   
y con el sueño tu dolor mitigas,       
dejando el alma a la esperanza abierta.
                                       
Vendrá la aurora y te diré: "Despierta,
huyeron ya las sombras enemigas."     
Soy compañero fiel de tus fatigas     
y celoso guardián junto a tu puerta.   
                                       
Te avisaré del rondador nocturno,     
del amigo traidor, del lobo fiero     
que siempre anhelan encontrarte inerme.
                                       
Y si llega con paso taciturno         
la muerte, con mi aullido lastimero   
también te avisaré... ¡Descansa y duerme!

Luis G. Urbina

Aleluya

¡Aleluya, aleluya,
aleluya, alma mía!
Que en un himno concluya
mi doliente elegía:
Ya me dijo: ¡Soy tuya!
Ya le dije: ¡Eres mía!
Y una voz encantada,
que de lejos venía,
me anunció la alborada,
me gritó: ¡Ya es de día!

Todo es luz y tibieza
lo que fue sombra fría;
se apagó la Tristeza,
se encendió la alegría.
Ya le dije: ¡Eres mía!
Ya me dijo: ¡Soy tuya!
-¡cuánto sol tiene el día!-
¡Aleluya, alma mía!
Vieja lágrima
Como en el fondo de la vieja gruta,
perdida en el riñón de la montaña,
desde hace siglos, silenciosamente,
           cae una gota de agua,
aquí, en mi corazón oscuro y solo,
en lo más escondido de la entraña,
oigo caer, desde hace mucho tiempo,
          lentamente, una lágrima.

¿Por qué resquicio oculto se me filtra?
¿De cuáles fuentes misteriosas mana?
¿De qué raudal fecundo se desprende?
¿Qué remoto venero me la manda?
¡Quién sabe!...  Cuando niño, fue mi lloro
rocío celestial de la mañana;
cuando joven, fue nube de tormenta,
tempestad de pasión, lluvia de ansias.
Más tarde, en un anochecer de invierno,
          mi llanto fue nevasca...
Hoy no lloro... Ya está seca mi vida
          y serena mi alma.
Sin embargo... ¿Por qué siento que cae
          así, lágrima a lágrima,
tal fuente inagotable de ternura,
tal vena de dolor que no se acaba?
¡Quién sabe!... Yo no soy yo: son los que fueron;
mis genitores tristes; es mi raza;
los espíritus apesadumbrados,
          las carnes flageladas;
milenarios anhelos imposibles,
          místicas esperanzas,
melancolías bruscas y salvajes,
cóleras impotentes y selváticas.
Al engendrarme el sufrimiento humano,
          en mí dejó sus marcas,
sus desesperaciones, sus angustias,
sus gritos, sus blasfemias, sus plegarias.

Es mi herencia, mi herencia la que llora
          en el fondo del ánima;
mi corazón recoge, como un cáliz,
el dolor ancestral, lágrima a lágrima.
Así lo entregaré, cuando en su día,
del seno pudoroso de la amada,
corporizados besos, otros seres,
transformaciones de mi vida, salgan.

Estoy frente a mi mesa de trabajo.
La tarde es linda. Alumbra el sol mi estancia.
Afuera, en el jardín, oigo las voces
de los niños que ríen y que cantan.
y pienso: acaso, ¡pobres criaturas!
sin daros cuenta, en medio a la algazara,
ya en vuestro corazón se filtra,
silenciosa y tenaz, la vieja lágrima!...

INTRODUCCIÓN AL MODERNISMO
Salvador Díaz Mirón

A gloria

No intentes convencerme de torpeza
con los delirios de tu mente loca:
mi razón es al par luz y firmeza,
firmeza y luz como el cristal de roca.

Semejante al nocturno peregrino,
mi esperanza inmortal no mira el suelo;
no viendo más que sombra en el camino,
sólo contempla el esplendor del cielo.

Vanas son las imágenes que entraña
tu espíritu infantil, santuario oscuro.
Tu numen, como el oro en la montaña,
es virginal y, por lo mismo, impuro.

A través de este vórtice que crispa,
y ávido de brillar, vuelo o me arrastro,
oruga enamorada de una chispa
o águila seducida por un astro.

Inútil es que con tenaz murmullo
exageres el lance en que me enredo:
yo soy altivo, y el que alienta orgullo
lleva un broquel impenetrable al miedo.

Fiando en el instinto que me empuja,
desprecio los peligros que señalas.
«El ave canta aunque la rama cruja,
como que sabe lo que son sus alas».

Erguido bajo el golpe en la porfía,
me siento superior a la victoria.
Tengo fe en mí; la adversidad podría,
quitarme el triunfo, pero no la gloria.

¡Deja que me persigan los abyectos!
¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!
La flor en que se posan los insectos
es rica de matiz y de perfume.

El mal es el teatro en cuyo foro
la virtud, esa trágica, descuella;
es la sibila de palabra de oro,
la sombra que hace resaltar la estrella.

¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido
será el fuego voraz que me consuma!
La perla brota del molusco herido
y Venus nace de la amarga espuma.

Los claros timbres de que estoy ufano
han de salir de la calumnia ilesos.
Hay plumajes que cruzan el pantano
y no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos!

¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma
crece en la orilla que el oleaje azota.
El mérito es el náufrago del alma:
vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota!

¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!
¡Consuela el corazón del que te ama!
Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!;
y al lirio de la margen: ¡embalsama!

¡Confórmate, mujer! Hemos venido
a este valle de lágrimas que abate,
tú, como la paloma, para el nido,
y yo, como el león, para el combate.

Manuel Gutiérrez Najera

Para entonces

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía
y el alma un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz triste retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira;
algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven; antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona,
cuando la vida dice aún: «Soy tuya»,
aunque sepamos bien que nos traiciona.

MODERNISMO

Amado Nervo

Autobiografía



¿Versos autobiográficos? Ahí están mis canciones,
allí están mis poemas: yo, como las naciones
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada,
no tengo historia: nunca me ha sucedido nada,
¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte.

Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
-¿Y después?

-He sufrido, como todos, y he amado.

¿Mucho?

-Lo suficiente para ser perdonado...

Ofertorio

Dios mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte
...y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...


Enrique González Martínez

Mañana, los poetas

Mañana los poetas cantarán en divino
verso que no logramos entonar los de hoy:
nuevas constelaciones darán otro destino
a sus almas inquietas con un nuevo temblor.

Mañana los poetas seguirán su camino
absortos en ignota y extraña floración,
y al oír nuestro canto, con desdén repentino
echarán a los vientos nuestra vieja ilusión.

Y todo será inútil, y todo será en vano;
será el afán de siempre y el idéntico arcano
y la misma tiniebla dentro del corazón.

Y ante la eterna sombra que surge y se retira,
recogerán del polvo la abandonada lira
y cantarán con ella nuestra misma canción.




Romance del muerto vivo

Hay horas en que imagino

que estoy muerto;

que solo percibo formas

amortajadas de tiempo;

que soy apenas fantasma

que algunos miran en sueños

que soy un pajaro insomne

que mas canta por mas ciego;

que me fugue' -no se cuando-

a donde ella y el se fueron;

que los busco

que los busco y no los veo,

y que soy sombra entre sombras

en una noche sin termino.

Pero de pronto la vida

prende su aurora de incendio

y oigo una voz que me llama

como ayer, a grito abierto;

y en la vision se amotina

la turba de los deseos,

y se encrespan los sentidos

como leones abiertos....

y hay un alma que esta aqui,

tan cercana, tan adentro,

que fuera arrancar la mia

arrancarmela del pecho...

y soy el mismo de enantes,

y sueño que estoy despierto

y cabalgando en la vida

como en un potro sin freno...

solo tu, la que viniste

a mi como don secreto,

tu por quien la noche canta

y se ilumina el silencio;

solo tu, la que dejaste

con vuelo de amor el centro

de tu circulo glorioso

para bajar a mi infierno;

solo tu, mientras tus manos

alborotan mis cabellos

y me miras a los ojos

en el preludio de un beso,

solo tu podras decirme

si estoy vivo o estoy muerto..

VANGUARDISMO

Jaime Torres Bodet



Enterrado vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.

Pero no me encuentro.

Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído.

Pero no lo advierto.

Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos...
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
"¿Eres tú?", me digo...

Pero no contesto.

Perseguido, herido
por el mismo acento
-que no sé si es mío-
contra el eco mismo
del mismo recuerdo
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.



Elías Nandino

Voz de mis soledades

Estoy solo en el grito inesperado
que lanzo en mi sabor de oscuridades
para llenar de voz mis soledades
y revivir mi ser deshabitado.

Mi cuerpo se atormenta, desolado,
en una larga sombra de crueldades
y el pensamiento rueda en tempestades
de presencia de infierno exasperado.

Corre miedo de muerte por mis venas
y mi sangre dolida se adelgaza
en una pena que temblores llora.

Si muerto estoy entre las muertes llenas
de la inquietud de muerte que me abraza
¿con qué muerte podrá salvarme ahora?

VOZ DE MIS SOLEDADES  II
No sé quién soy en esta llama cruenta
de angustia, de dolor, de goce y llanto,
en que nace el misterio de un encanto
que destruye mi vida y la alimenta.

No sé quien soy en esta red que inventa
peces de espuma en vértigos de espanto
y un venero de siglos que levanto
para saciar la sed que me atormenta.

En un mundo de sombra y amargura
me interrogo con voz desconocida
que parece una voz ajena y dura.

Y queda mi razón desvanecida
porque todo el dolor de mi locura
me duele fuera de mi propia vida.


GRUPOS CONTEMPORÁNEOS

Jorge Cuesta

Un errar soy

Un errar soy sin sentido,
y de mí a mí me translada;
una pasión extraviada,
y un fin que no es diferido.

Despierto en mí lo que he sido,
para ser silencio y nada
y por el alma delgada
que pase el azar su ruido.

Entre la sombra y la sombra
mi rostro se ve y se nombra
y se responde seguro,

cuando en medio del abismo
que se abre entre yo y yo mismo,
me olvido y cambio y no duro. 



ÚLTIMOS 20 AÑOS



Rubén Bonifaz Nuño

Nadie sale



Nadie sale. Parece que cuando llueve en México, lo único posible es encerrarse desajustadamente en guerra mínima, a pensar los ochenta minutos de la hora en que es hora de lágrimas. En que es el tiempo de ponerse, encenizado de colillas fúnebres,a velar con cerillos algún recuerdo ya cadáver; tiempo de aclimatarse al ejercicio de perder las mañanas por no saber qué hacerse por las tardes. Y tampoco es el caso de olvidarse de que la vida está, de que los perros como gente se anublan en las calles, y cornudos cabestros llevan a su merced tan buenos toros. No es cosa de olvidarse de la muela incendiada, o del diamante engarzado al talón por el camino, o del aburrimiento. A la verdad, parece.



Pero sin olvidar, pero acordándose, pero con lluvia y todo, tan humanas son las cosas de afuera, tan de filo, que quisiera que alguna me llamara sólo por darme el regocijo de contestar que estoy aquí, o gritar el quién vive nada más que por ver si me responden. Pienso: si tú me contestaras. Si pudiera hablar en calma con mi viuda. Si algo valiera lo que estoy pensando. Llueve en México; llueve como para salir a enchubascarse y a descubrir, como un borracho auténtico, el secreto más íntimo y humilde de la fraternidad; poder decirte hermano mío si te encuentro. Porque tú eres mi hermano. Yo te quiero. Acaso sea punto de lenguaje; de ponerse de acuerdo sobre el tipo de cambio de las voces, y en la señal para soltar la marcha. Y repetir ardiendo hasta el descanso que no es para llorar, que no es decente. Y porque, a la verdad, no es para tanto.



Volaron águilas, leones

Volaron águilas, leones
gimieron vencedores. Alas lívidas
despliega en mi cabeza el vino.
Y un orden puro, como el de la noche
en torno de las mesas, se construye.

Y aunque nada es seguro, me deleito
en el lugar de la amistad ahora.

Como puño de tierra es lo que hacemos;
como otoño en las ramas, que anticipa
un crujido de brasas a la tierra
descolorida de mañana.

Tal vez alguien nos mira, que se ríe;
alguien burlándose nos mira.

Y ciertamente pasa: no son verdes
los brotes nuevos todavía,
y el tronco ya es de viento y sin raíces.

Escribo: "este momento", y el momento
en el que escribo se fue. Ya tan borrado,
ya tan irreparable como siglos
de antes que naciera.

Pero nadie me quita el encontrarnos,
la riqueza fortuita y la emboscada
tendida por la suerte que se oculta
en los atrios del día.

Olor como de estar lloviendo,
como de frutas húmedas, mercados,
la memoria me habita, me sumerge.

Quizá dormidos somos,
verdades de dormidos conocemos.
Tal vez alguien nos mira que dormimos.

Y yo te invoco en sueños, y me salvo,
y al salvarme te salvo si me escuchas.



Jaime Sabines

En los ojos abiertos de los muertos



En los ojos abiertos de los muertos
¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera!
Tapiz del aire en la pupila inmóvil,
velo de sombra, luz tierna.

En los ojos de los amantes
muertos el amor vela. Los ojos son como una puerta
infranqueable, codiciada, entreabierta.

¿Por qué la muerte prolonga a los amantes,
los encierra en un mutismo como de tierra?

¿Que es el misterio de esa luz que llora
en el agua del ojo, en esa enferma
superficie de vidrio que tiembla?
Ángeles custodios les recogen la cabeza.

Murieron en su mirada,
murieron de sus propias venas.

Los ojos parecen piedras dejadas
en el rostro por una mano ciega.
El misterio los lleva.
¡Qué magia, que dulzura
en el sarcófago del aire
que los encierra! 



Margarita Michelena

La tristeza terrestre

    Vivo a veces mi muerte. Me recuerdo.
Adivino mi rostro y sé mi nombre.
Y la puerta se abre. Y yo penetro
en mi primera identidad y salgo
de la casa fugaz de mi esqueleto.

    Qué difícil volver, con la memoria
de aquella viva muerte que se tuvo.
Qué mirarse a sí mismo,
ya ser desconocido e increíble,
después de ver las fuentes y los prados
de la morada quieta y misteriosa.

    Ya se es criatura despojada,
ángel triste y vacío, helada estrella,
vagando por el dédalo sonoro
de una desconocida sangre, por la patria
extraña de unos ojos,
después de haber pisado un umbral de centellas.

    Y las manos, que brotan
como súbitos seres impensados.
Y esta ciudad equívoca del cuerpo
donde somos viajeros extraviados.
Y este volverse a ciegas
a la oculta potencia, al signo visto
que de terrible amor ha enamorado.

    Todo ya en la comarca desolada
de los torpes sentidos,
cruzando por acequias estancadas,
por extraños países moribundos
de cabellos y piel, huesos y sangre,

hacia el nombre y el rostro ya sabidos.

    Ya no se vive, no, como los otros,
con esta muerte de fulgor probada,
ni es nuestro ya el cadáver que devora
la muerte igual, la muerte que es de todos.

    Y no sé si Dios manda
esta dulce visita tenebrosa,
este veneno altísimo y terrible
o si se escucha el canto de un demonio
detrás de esta nostalgia,
de este volver de nuestra muerte propia

    Pero sé que es morir. De eso se muere
de jubiloso atisbo fulminante,
de tremenda memoria recobrada.
Y aquel que haya caído
alguna vez desde su propio cuerpo,
como si despertando bruscamente
se despeñara de una torre sorda,
andará hasta la muerte como muerto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario