Es una metáfora sobre la caída y el rechazo del
hombre. Al cuestionar las normas de la sociedad, esta lo castiga
y el hombre llega a sentirse parte del castigo, excluido. Incluso, la gente
trata de hundirlo más. Está solo y sin ayuda. Los
miserables son todos los que la ley deja caer en el mundo.
En este capítulo de Los miserables, la ola es el hombre, la sombra es la ley, la nave es la
sociedad, el océano es el mundo y el abismo es la muerte.
La ola y la sombra
¡Un
hombre al mar!
¡Qué
importa! El buque no se detiene por eso. El viento sopla; el barco tiene una
senda trazada, que debe recorrer necesariamente.
El
hombre desaparece y vuelve a aparecer; se sumerge y sube a la superficie;
llama; tiende los brazos, pero no es oído: la nave, temblando al impulso del
huracán, continúa sus maniobras; los marineros y los pasajeros no ven al hombre
sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la inmensidad de las
olas.
Sus
gritos desesperados resuenan en las profundidades. Observa aquel espectro de
una vela que se aleja. La mira, la mira desesperado. Pero la vela se aleja,
decrece, desaparece. Allí estaba él: hacía un momento, formaba parte de la
tripulación, iba y venía por el puente con los demás, tenía su parte de aire y
de sol; estaba vivo. Pero ¿qué ha sucedido? Resbaló; cayó. Todo ha terminado.
Se
encuentra inmerso en el monstruo de las aguas. Bajo sus pies no hay más que
olas que huyen, olas que se abren, que desaparecen. Estas olas, rotas y
rasgadas por el viento, lo rodean espantosamente; los vaivenes del abismo lo
arrastran; los harapos del agua se agitan alrededor de su cabeza; un pueblo de
olas escupe sobre él; confusas cavernas amenazan devorarle; cada vez que se
sumerge descubre precipicios llenos de oscuridad; una vegetación desconocida lo
sujeta,
le
enreda los pies, lo atrae: siente que forma ya parte de la espuma, que las olas
se lo echan de una a otra; bebe toda su amargura; el océano se encarniza con él
para ahogarle; la inmensidad juega con su agonía. Parece que el agua se ha
convertido en odio.
Pero
lucha todavía. Trata de defenderse, de sostenerse, hace esfuerzos, nada. ¡Pobre
fuerza agotada ya, que combate con lo inagotable! ¿Dónde está el buque? Allá a
lo lejos. Apenas es ya visible en las pálidas tinieblas del horizonte.
Las
ráfagas soplan; las espumas lo cubren. Alza la vista; ya no divisa más que la
lividez de las nubes. En su agonía asiste a la inmensa demencia de la mar. La
locura de las olas es su suplicio: oye mil ruidos inauditos que parecen salir
de más allá de la tierra; de un sitio desconocido y horrible.
Hay
pájaros en las nubes, lo mismo que hay ángeles sobre las miserias humanas;
pero, ¿qué pueden hacer por él? Ellos vuelan, cantan y se ciernen en los aires,
y él agoniza. Se ve ya sepultado entre dos infinitos, el océano y el cielo; uno
es su tumba; otro su mortaja.
Llega
la noche; hace algunas horas que nada; sus fuerzas se agotan ya; aquel buque,
aquella cosa lejana donde hay hombres, ha desaparecido; se encuentra solo en el
formidable abismo crepuscular; se sumerge, se estira, se enrosca; ve debajo de
sí los indefinibles monstruos del infinito; grita.
Ya
no lo oyen los hombres. ¿Y dónde está Dios? Llama. Llama sin cesar. Nada en el
horizonte; nada en el cielo. Implora al espacio, a la ola, a las algas, al
escollo; todo ensordece. Suplica a la tempestad; la
tempestad
imperturbable sólo obedece al infinito.
A su
alrededor tiene la oscuridad, la bruma; la soledad, el tumulto tempestuoso y
ciego, el movimiento indefinido de las temibles olas; dentro de sí el horror y
la fatiga. El frío sin fondo lo paraliza. Sus manos se crispan y se cierran, y
cogen, al cerrarse, la nada.
Vientos,
nubes, torbellinos, estrellas; ¡todo le es inútil! ¿Qué hacer? El desesperado
se abandona; el que está cansado toma el partido de morir, se deja llevar, se
entrega a la suerte, y rueda para siempre en las lúgubres profundidades del
sepulcro.
¡Oh
destino implacable de las sociedades humanas, que perdéis los hombres y las
almas en vuestro camino! ¡Océano en que cae todo lo que deja caer la ley!
¡Siniestra desaparición de todo auxilio! ¡Muerte moral! La mar es la inexorable
noche social en que la penalidad arroja a sus condenados. La mar es la inmensa
miseria. El alma, naufragando en este abismo, puede convertirse en un cadáver.
¿Quién lo resucitará?
No hay comentarios:
Publicar un comentario