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domingo, 23 de febrero de 2014

Cuentos salvadoreños



El fútbol de los locos
¿Los locos uniformados con pantaloncitos azules y camisas blancas, jugando al fútbol?, ¿Al fútbol cada domingo con los doctores? ¿Qué pasaría si los locos, al verse con media docena de goles adentro, la emprenden contra los espectadores?…
Fue la esposa del jefe administrativo la que hizo el saque de honor: su zapatilla blanca golpeó a penas la pelota y dio inicio al partido. El personal quería demostrar así la importancia de las nuevas corrientes siquiátricas. Adiós a las camisas de fuerza, a los cuartos acolchados, duchas de agua helada, trompadas, inyecciones, fosos y electrochoques. Lo nuevo se llama fútbol, la terapia que enloquece a las multitudes. Todo iba bien en los primeros minutos. Sudaban los cuerpos con el esfuerzo continuado, y el sol doraba la piel. En las sillas mal acondicionadas de la vera, los alienados de los locos y los amigos de los matasanos vitoreaban a sus respectivos favoritos, sin que el entusiasmo desmesurado sirviera para algo. Al fin y al cabo, en una cancha de fútbol todos son locos.
No hubo goles por un rato. Súbitamente un frenético se metió, con todo y balón, bien adentro de la valla. Otro loco de ojos desorbitados se zampó en la meta de los enfermeros. Cinco minutos más otro grito y otro gol; y luego otro gol y otro grito. En total, media docena en plan de campeón.
Cuando ya era imposible hacer los tantos necesarios, al menos, para el empate, uno de los enfermeros habló al oído del capitán de su equipo. Alguien tocó la campanilla con que se convocaba al comedor  a los dementes. Hasta el mismo guardameta abandonó el arco para satisfacer su apetito. Nadie tuvo ánimos para aplaudir los veinte años que, en seis minutos, horadaron la valla indefensa. Detalle superfluo pues los chiflados técnicamente ya habían perdido, sin apelación posible, por abandono del terreno de juego.
Mientras los enfermeros se daban una ducha, el Director ordenó un refrigerio para no echar a perder el reflejo condicionado a que tan bien respondían sus huéspedes. Jamás pudo averiguar quién hizo tañer la campana. Dio por olvidado el asunto al encontrar sobre su escritorio este anónimo: la razón no debe dormir ni en domingo. 

Parábola del espejo

La señora fea se miró en el espejo:
-Es molesto-dijo; la imagen está llena de arrugas, ajada.
La señora bonita se vio a su vez:
-Es extraño-dijo; yo veo una cara fresca, bonita.
-Te equivocas-insistió la fea; la imagen que refleja este espejo es abominable. Insisto que está ajada, contrahecha, con mucha amargura en los labios.
-No sé que pensar- dijo la bonita-; la imagen que veo es agradable y corresponde a una de facciones finas, dulces. Me confundes…
Entonces, cambiaron el ángulo del espejo, de tal manera que la bonita veía la imagen de la fea y viceversa.
No-dijo la bonita-. Veo otra cara, pero también es agradable, llena de nobleza y dignidad. 
-Es molesto-dijo la fea; es otra imagen, pero me desagrada aún más.

Álvaro Menén Desleal (El Salvador). El fútbol de los locos y otros cuentos. Editorial Universitaria Centroamericana, 1998.

 Ricardo Ramírez. Tarea 2. Blogger.com